Opinión | Cielo abierto

Joe Biden y el crepúsculo

Amamos el crepúsculo encendido, el final de los héroes. Esa última belleza de quien ha sido grande alguna vez y lo sigue siendo al terminar. Como aquella selección veterana de Francia, campeona del 98, que llega a la final del Mundial de 2006: cuando Zidane estampa su cabeza en Materazzi, Francia gana la épica. O como el último regreso de Michael Jordan, con 39 años, cansado de ver perder al equipo del que es propietario, Washington Wizards, sin el cuchillo entre los dientes. En 2001, su dominio ha quedado atrás: tras una mala actuación, lo machaca la prensa. Pero el 21 de febrero de 2003 marca 43 puntos a los Nets: es el primer jugador mayor de 40 años en lograr más de 40 puntos. O el último partido de Rudy Fernández en el Wizink, con sus 14 puntos antes de una ovación de 18 minutos. Con 39 años, aún mantiene la llama del panteón de los héroes.

Se valora el pasado, pero también la forma de encarar el final. Ningún director tan crepuscular como Richard Lester, filmando a Sean Connery y Audrey Hepburn en Robin y Marian: nunca será tan tierno ese amor aplazado del mejor arquero de Sherwood, pero tampoco nunca parecerá tan real como en la madurez de dos amantes atrapando en un gesto la última luz del día. Richard Lester filmaría también El regreso de los mosqueteros en 1989 -una versión de Veinte años después, la segunda parte de la trilogía de Alejandro Dumas-, con los espadachines talluditos en busca de la última estocada; aunque no hay un regreso más potente que el de Rocky en Rocky Balboa, cuando decide volver a boxear con 60 años porque Adrian murió y le sigue arañando, por dentro, la misma bestia herida.

Pero el ocaso tiene, también, sus propias reglas: antes de ese cielo anaranjado, tiene que haber habido esplendor en la hierba. Pienso en todo esto y decido escribirlo para no deprimirme, tras haber padecido el debate brumoso entre Biden y Trump. El reto del presidente no era convencer con su discurso, sino demostrar que todavía es capaz de hilar un discurso sin balbucear y mantenerse en pie. Aquí no hay belleza crepuscular alguna, sino esa muerte lenta que también representa un hundimiento. Joe Biden nunca ha sido un héroe y tiene suficiente con seguir tirando de su hilo de Ariadna, mientras habla al vacío. Nadie lo sacará del laberinto, porque ni siquiera sabe que está dentro. Parte del ocaso, con belleza o sin ella, es saber retirarse: hasta para eso hace falta brillantez. ¿Es que no queda nadie en la patria de Kennedy y Walt Whitman? Aquí no hay un ocaso, sino apagón democrático, con el mundo yendo hacia la oscuridad. Quizá falte valor: hay que tener hambre de relevo, reclamar el presente y atreverse a tomarlo entre las manos.

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