Opinión | Cosas

Renunciación

A pesar de cierta racanería empática -no hubo ni un saludito de don José- fue un magnífico concierto el de Luis Miguel. Aparte del momento cumbre de los mariachis y el subidón de ese himno al despecho y al amor que es la Bikina -los dos cantos de la misma moneda- no pudieron faltar en el repertorio señeros boleros. Me acuerdo de uno que pasa por ser una de las canciones favoritas de mi padre y que lleva el sello de Agustín Lara. «Una vez nada más se entrega el alma con la dulce y total renunciación» es mucho más que el almíbar en los tiempos del cinismo. Aunque sean sinónimos, la renunciación es aquella renuncia con tintes heroicos y poéticos, como bendecida por el arcángel de la Visitación. A Biden, católico por más señas, le resoplan también esas seráficas alas para que dé un paso adelante, aunque mayor aún es la agitación de los demócratas tras el ‘horror vacui’ del último debate. La asadura de la manteca casi es el axioma de las próximas elecciones norteamericanas, por la obviedad de que prima el descarte frente al entusiasmo en las opciones de los electores. Quizá los últimos asideros de Biden sean la exaltación de la gerontocracia de la Grecia clásica, o que el cénit de los Estados Unidos lo marcó Roosevelt desde una silla de ruedas. Churchill, Stalin y Roosevelt... Menudos aquellos viejitos de Yalta.

Los populismos detestan otro tipo de renunciación. Más que la resurrección de la carne, ansían el retorno del Estado nación. El sonrojo del Brexit ha abochornado a los británicos. Después de casi tres lustros anunciando el regreso a las pompas del Imperio británico, la gestión de los conservadores le han puesto a los laboristas el clamor de ganar en las próximas elecciones la decencia de un baño de realidad.

Marine Le Pen ya ha encargado para el próximo domingo su disfraz de Juana de Arco. Y su delfín, Jordan Bardella, el de un húsar postrero dispuestos a amigarse con Alternativa para Alemania y preparar sucedáneos de Austerlitz, de las guerras franco prusianas, del vagón de Versalles y apropiarse de la liturgia de la Resistencia pese a emparentarse ideológicamente con la Francia de Vichy. Maneras huecas de achicar la ‘Grandeur’ a base de simulacros proteccionistas y ese centrifugado de demagogia. Adenauer, Schumann, de Gasperi y todos los padres de Europa son estos días espíritus tristes e indignados.

Dicen las malas lenguas que, pese a la oposición municipal al patrocinio del concierto, en Vox sortearon algunas entradas para ver a Luis Miguel. Yo les pediría que frente a tanto zarandeo a la justicia social, tarareasen un poco de renunciación.

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