Opinión | Cielo abierto

Rodolfo Serrano en Córdoba

Cuántas rutas de amigos enlazarán a Córdoba y Madrid

Veo a Rodolfo Serrano cruzando el bulevar con una bonhomía de pasos en la hierba. Es otra mañana con su milagro de la primavera, y el cielo luce prístino y sonoro con su rotundidad. Lo que hablamos entonces se ha ido diluyendo en el caudal de las conversaciones, pero hemos recordado alguna vez esa fotografía. Nos conocemos antes, en 2004, cuando viene con Manuel Pérez a la presentación de mi novela ‘América’ en la librería Anaquel. La lucidez de Jaime Gil de Biedma: ahora que de todo hace ya veinte años, yo recuerdo el momento en que Rodolfo Serrano entra en mi vida. Luego hay una charla no entre dos edades, sino en un vitalismo parecido y salvaje que encontrará su espejo. En Rodolfo Serrano, que estaba en Córdoba como jefe de prensa de Rosa Aguilar, lo que descubres es una afinidad, una especie de camaradería actualizada en la poesía y el cine. Porque, cuando andaba por Córdoba, antes de comenzar con su reclutamiento de amigos sin tiempo, supongo que al verse solo en su piso, tras acabar la jornada, se iba al bar Mestizo, en la plaza de la Compañía, a leer ‘Moby Dick’ con un largo gin-tonic. La escena es el comienzo de una novela -un hombre solitario con sombrero leyendo ‘Moby Dick’ en la barra de un bar-, y fue el inicio de muchas amistades de Rodolfo en Córdoba.

Después, en Madrid, cuando empiezo a vivir en La Latina, Rodolfo me enseña ese mismo paso legendario de tabernas que él ha ido encontrando del Correo a Salinas. Y las rutas de amigos, de Dani a Casa Paco, bajo la mirada crepuscular de Manolete, enlazarán a Córdoba y Madrid: Pepe Villegas y Antonio Molina, Paco Cerezo y Matilde Cabello, el pintor Jerónimo Salinero, el mago Pepe Regueira. Juanjo, Elvira y Salva, Manuel Cuesta. Y pasan horas, rostros, ante una servilleta con versos a lápiz de Vicente Núñez. Esos días azules, con su voces perdidas, y ese sol de largos atardeceres en barras de hace un siglo.

Ayer por la tarde celebramos en el Ateneo de Madrid un encuentro público con Rodolfo Serrano. Cantó su hijo Ismael: cuánto de la iconografía de Rodolfo, en sus poemas, se rastrea en muchas de sus canciones, de un Rick Blaine solitario a una extraña pareja en el Almendro. Esa melancolía dulce, ese padre y el hijo que llegarán juntos, y a los que los amigos, siempre, se alegrarán de ver. Se habló de poesía y periodismo, dos de sus pasiones, y su familia lo acompañó en el mismo Ateneo al que tanto acudían los hermanos Machado. Hace años, por cierto, cuánto hablamos Rodolfo y yo de mi novela ‘El querido hermano’, mucho antes de que se llamara así. Así brindamos, sentimos, vamos levantando el edificio de unas pocas palabras y la vida. Querido Rodolfo: de nuevo, todavía, hoy es siempre.

  • Escritor

Suscríbete para seguir leyendo